Lepret de l'Onyar relato de Manuel L Acosta
Paisaje urbano. El azulado resplandor de la luna ilumina las fachadas ocres y anaranjadas del Barri Vell, dándole un tenebroso aspecto a la urbe. Una grotesca figura humana encorvada junto a la orilla del río que discurre silencioso entre dos muros de piedra y cemento. Junto a ella, el destello plateado de un cuchillo de carnicero manchado de sangre. Más allá, medio oculto entre los carrizos y las plantas de lirios, el cadáver descuartizado de un perro… La cosa se agacha, recoge el cuchillo y limpia la sangre en el agua.
“Respirar, comer, dormir… sólo eso. Pero te has preguntado alguna vez, sólo una vez, ¿qué pasa cuando no mueres nunca? La soledad, el vacío, ese jodido no ser como los demás… tan difícil de definir y que pone los pelos de punta…
"
(una carpa salta sobre el agua produciendo un chasquido y sendas ondas de olitas)
"Desde millones de años atrás... a través de mis dedos ardientes, el río fluye inyectado de verdades, mentiras y sangre… Me siento solo, sumido en el silencioso y eterno llanto de un alma perdida en la oscuridad y la bruma. ¡Si tan solo pudiera atravesar el perímetro de este mundo de sombras y juncos! No… no es un Dios bondadoso el que lleva el control holístico de este pequeño Cosmos que abarca mi vida acuática… Soy yo… yo, y ese ponzoñoso impulso de mi alma tormentosa que me induce a matar cada noche…”
(Una muchacha alta, atractiva, de unos veinte años, vestida con un pantalón tejano y una camiseta blanca de algodón. Ella camina sobre la calzada del Pont de Pedra llevando a su caniche sujeto con una correa. El viento agita su fina melena rubia… La ‘Cosa’ los oye, la huele, su depravada mente fantasea con una posibilidad…)
“¡Esa fuerza misteriosa que agita mi alma en estos momentos! Unos lo llaman amor; otros, deseo de poseer… Yo simplemente la llamo ‘el impulso’…”
(La muchacha mira a un lado y otro de la calle de Santa Clara. Comprueba que el tráfico es inexistente y suelta al caniche, que corre, de aquí para allá, por una pequeña plaza poblada de acacias)
“Ven aquí. ¡Ni se te ocurra alejarte!”
(El caniche se para y la mira, pero no se acerca, sino que se aleja aún más allá, hasta el murete que se alza sobre las paredes del cauce del río. Una sombra…)
“Bonita noche ¿verdad? (la adrenalina activa su sistema nervioso). Veo que le gusta pasear sola… Bueno, sola no, he observado que siempre lleva a su perrito. Es muy gracioso…”
(La muchacha lanza una fugaz mirada hacia el grotesco rostro del extraño. ¿De dónde ha salido?)
“Permita que me presente, señorita. Mi nombre es Lepret. ¿Podría decirme el suyo? (silencio) Bueno, no importa, yo ya le he puesto uno: Eloïs… Ahora sí que podemos presentarnos más formalmente… (inclinando teatralmente su cuerpo) Eloïs, aquí el Sr. Lepret. Sr. Lepret, aquí la Srta. Eloïs… Ya está ¿lo ve?... (silencio) Por cierto ¿Cómo se llama el perrito? (silencio) ¿Tampoco me lo dice?... Si le parece, podríamos llamarle Kuky. Seguro que debe llamarse Kuky.
(Ella está realmente asustada. El corazón le palpita en el pecho)
¿No me contesta? Comprendo… Le asusta mi aspecto. Esa es una cruz que soporto durante toda mi vida…”
(La muchacha mira ansiosamente hacia el fondo solitario de la calle. Las sombras se retuercen por las esquinas. El viento azota los cables del tendido eléctrico y las ramas de los árboles que se alinean hasta la calle de Les Hortes)
“¿Le gusta Girona? Las ciudades atravesadas por un río desprenden una incurable añoranza ¿no le parece? Aunque yo prefiero el campo, la supervivencia en la selva, una clase de vida que la mayoría de la gente de este mundo caótico no podría permitirse…”
(Ahora están frente a la estructura metálica del puente de Eiffel. Misteriosamente, Lepret sostiene al pequeño caniche en los brazos. Por un momento, sus ojos vagan desde la imagen tenebrosa del Barri Vell al bello rostro expectante de Eloïs)
“Ahora tendrás que cruzarlo conmigo, querida”, le dice.